Late Badajoz en la tarde con Manuel Pecellín

La tarde auguraba una navidad deshilachada y brumosa mientras paseábamos por las calles industriosas de Badajoz Manuel Pecellín y yo, una costumbre la del paseo arraigada en él como da a entender su obra Historias mínimas (2001), volumen de textos que recogen el recorrido de esta ciudad a través de la erudición y el acontecer azaroso de este autor de cuyo aspecto se diría un Winston Churchill extremeño, tocado de sombrero y gabardina (Pecellín además no deja de ser una especie de oráculo artístico en cuanto conservador y crítico de todo nuestro patrimonio cultural).

Hemos hablado de amigos comunes cuya obra también hemos leído (qué no habrá leído Pecellín, el gran observador letraherido) así hemos conversado sobre Juan María Robles Febré y sobre Manuel Pacheco, poeta estudiado por Pecellín quien realizó en el 2006 la edición de su póstumo poemario El olor de Badajoz (2006), una serie de poemas que el gran poeta había ido regalando en vida a sus amigos y habían quedado inéditos.

Hemos acabado la tarde yendo a la residencia San José en donde en el foro del XI Otoño Literario y Solidario Santiago Castelo presentaba su último poemario, Quilombo, editado exquisitamente por una editorial sevillana. Pecellín me lo ha presentado y me sorprendió la sencillez y la cordialidad de este periodista de largo aliento y de poesía transparente.

En el acto he encontrado a varios conocidos como Francisco Pedraja, Francisco Collado y el entrañable Eladio Méndez, que vino desde Mérida, de quien he tenido el gran placer de recibir como regalo su último poemario, Arrullos editado este mismo año.

Una noche intensa en la que Pecellín y yo hemos quedado pendientes para próximos encuentros-paseos desentrañando la madeja del vivir cotidiano al abrigo de algún café de barrio.

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