Se extiende Venezia ojival y egregia, mármol y oro, carnaval barroco, insinuándose en la danza de las mareas, inmenso tapiz colorista en el mar abierto de los teatros. Se enroscan los callejones de los distritos como un extraño pescado deslizándose en esquinazos y oscuras galerías con embozados embarcaderos propios a la conspiración.
Las callejas se dilatan en teatrales plazoletas o en abiertos espacios de ágora griega bajo la presencia omnipresente de aquellos pozos poliédricos y esbeltos envueltos en el misterio de su origen, los pozos venecianos testigos mudos de la historia de la ciudad lagunar, Venezia, que se ufana, cual dama esquiva, de saberse arropada en el sueño de todos los emperadores (y de todos los hombres) como codiciada joya, apoteosis eterna de poder y lujo.
Comentarios