Abriendo sendas en la niebla

He pasado la nochevieja en buen condumio y mejor palique en casa de mi amigo Paco, en aquel su pueblito recoleto, recio y espartano en su austeridad en medio del páramo, que hace casi solitaria la estancia por sus calles.


Hoy es día de fiesta, pero ninguno en concreto, podría ser cualquiera. Parecen ya como oídas en un sueño las claras voces de los villancicos que a rachas con el viento helado llegaban hasta nosotros como una marea jovial en la alta noche apuntalada de petardos.



Ahora, como en un extraño sortilegio, recorremos en las primeras horas de la mañana un pueblo fantasmal cuyo silencio sólo rompe algún que otro paisano con su tractor, ese buey mecánico, rodando cansino, dirigiéndose a su faena en el campo, allá lejos, desde las últimas casas de la aldea, perdiéndose en una niebla que lo preside todo junto al acre aroma (inconfundible) del humo de leña, prometedor de sustanciosos desayunos.

La misma niebla acompaña como una premonición al primer día del año lleno de promesas e ilusiones. Todo está por hacer. Igual que esta misma mañana reconcentrada en sí misma, recia y humilde, de cielo oceánico gris perla.

Se alían las fuerzas de la naturaleza en esta mañana lustral donde balbucea el año. Se diría que estamos asistiendo en nuestro paseo a la primera mañana del mundo.

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