Badajoz fin de fiesta en la Alcazaba

Antes de reintegrarme a la circulación diaria estoy descansando en Badajoz, en donde he acabado de ver las respectivas procesiones del jueves (la patrona de Badajoz, la virgen de la Soledad) y la del viernes. La guardia real dieciochesca con sus sombreros de tres picos, sus casacas y sus fusiles con la bayoneta calada haciendo custodia del Cristo pone una nota goyesca a la procesión, seguramente reminiscencia de la capitanía general que hasta hace poco hubo en la ciudad. La Virgen va custodiada por legionarios que maniobran con el cetme, arrogantes y marciales.


He tenido la oportunidad de visitar el mercadillo que todos los primeros sábados de mes se instala en la Plaza Alta de Badajoz, escueto y pinturero, mercado de frontera en donde, al igual que en todo Badajoz, se pueden oír voces portuguesas mezcladas a las españolas.



Me retiro a pasear por los jardines de la Alcazaba, un espacio íntimo y estimulante, joya y recreo de la dinastía aftasí , cuyos restos muestran el esplendor al que llegó este reino taifa en donde florecieron las artes durante su efímero gobierno del que al comenzar el siglo XII sólo quedaban cenizas. Los pasadizos inquietantes son una premonición que se apresta a formularnos sus arcos de herradura, poniendo la interrogación de un arcano aún no desvelado.

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