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Foto: eldiadecordoba.es |
La puesta
en escena es una dimensión tan significativa en el hecho teatral como el propio
texto del que parte, es decir, permite ajustar el significado de la dramaturgia
y (también) crear nuevos significados a partir de los códigos propuestos por el
director. Precisamente estos planteamientos escénicos son los que dotan de
vitalidad a una obra teatral porque el teatro supone no solo la presentación de
un proyecto literario (el texto) sino también llevarlo a la realidad de las
tablas, haciéndolo comprensible al público.
Muchas
obras ya clásicas han estado hibernando sin confrontarlas con el público en una
sala de teatro hasta que las condiciones técnicas las han hecho posible. Es el
caso por ejemplo de La Celestina. Y
en menor medida, también es el caso de Luces
de Bohemia, la gran obra de Valle-Inclán,
que el día de la hispanidad (muy significativamente) ha representado la Compañía de Teatro Clásico de Sevilla bajo
las órdenes de Alfonso Zurro en el
Teatro Lope de Vega de la capital andaluza y que iniciará una gira por España
en diversos teatros.
La
adaptación de Zurro es muy interesante porque la obra comienza in extrema res
(en su conclusión, con la muerte de Max Estrella), momento desde el cual nos
relata lo acontecido (durante la
víspera) su colega Don Latino de Híspalis dando lugar a la obra en sí misma en
sus diversas secuencias, estructurada de esta manera episódicamente desde un
narrador-testigo retrospectivo, siendo bastante fiel al texto original de Valle-Inclán, protagonizado por el
profético Max Estrella (gran dramatismo de dimensión épica transmitió Roberto Quintana) acompañado de su
amigo Don Latino (estupendo Manuel Monteagudo en un personaje de muy dudosa catalogación moral),destacando entre otros el coro modernista liderado
por Dorio de Gadex (caracterizado hábilmente por José Luis Bustillo, que supo infundir al personaje el histrionismo
de poeta decadente).
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Foto: El rinconcillo de Reche |
La
sencillez de este decorado unido al vestuario elemental de los personajes,
muchas veces envueltos en harapos, y la eficaz música de Jasio Velasco potencia el esperpento de la obra donde todo
rezuma miseria moral de un país, España, donde todo se comercia y se desprecia
el talento. En un país así Valle-Inclán, en los inicios del siglo XX, encontró
la deformación grotesca del esperpento como expresión nacional. El esperpento
como expresión de un mundo sombrío y amargo. Una situación que sospechosa y
cruelmente aún hoy, en el siglo XXI, tiene perfectamente acomodo en nuestro
ámbito, y es lo que hace tan actual y dolorosa estas Luces de Bohemia.
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