Los palacios de Binissalem: el señorío de las bodegas




Despuntan los egregios palacios de Binissalem como altivas fortalezas entre la rusticidad de sus sencillos alrededores, pueblo de recia piedra impasible a la lluvia, sus ocres muros se vuelven escritura que el tiempo ha trazado caprichoso. Pueblo gallardo y señorial , la copla popular que recoge el polifacético humanista Luis Ripoll muestra el tronío con que sus habitantes son considerados dentro de la isla, reservándoles un trato deferencial desde cierta admiración payesa donde se rastrea también cierta envidia hacia el nuevo burgués:


A Pollença diuen “lé”
i a Inca dicen “vós”
a Binissalem “Senyors”
i a Ciutat “vossa mercè”



(En Pollença dicen “lé” / y en Inca dicen “vos”/ en Binissalem “señor”/ y en Ciudad [Palma] “vuesa merced”)



El nombre de este apacible pueblito no deriva del vino que les ha hecho famosos como pudiera suponerse, sino de su origen árabe: Binizalel. Con seguridad, gracias al Islam (si no antes, bajo el poder de Roma) disfrutarían de excelentes cultivos y, una vez reconquistada la tierra por Jaime II en 1300 desarrollaron el cultivo del vino gracias al avance aportado por los musulmanes.

Hoy por hoy sus numerosas bodegas (abiertas al público) guardan el misterio del vino en esas tan codiciadas cosechas con denominación de origen propia, Binissalem: un vino ligeramente afrutado y muy amable con la querencia que arrebola el rostro inadvertidamente.



Sobre esas cosechas exquisitas se ha hecho la fortuna de este agradable pueblito rodeado de huertas en donde los añosos palacios permanecen como signo de fortuna y poder. Su iglesia en su centro, con una relajante plaza arbolada, no deja de ser estéticamente primus inter pares entre las orondas casonas de burgueses, en unas avenidas que parecen emular las calles de Palma, aunque con un encantador aire de aldea recogida que hace del entorno un maravilloso paseo en día festivo, cuando la gente se congrega al pairo de la atmósfera de improvisada verbena que reverbera en sus plazas.

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