La sierra de la Tramontana recorre Baleares en su margen norte de costa a costa como el espinazo de un extraño pez que termina en las asperezas del cabo Formentor, recorre toda la sierra la leyenda y el misterio de una tierra que el imaginario de las gentes de la isla han poblado con brujas, aparecidos, espectros y diversos fenómenos extraños. Este lugar es fuente de leyendas desde el primer pálpito de vida humana, cuando el hombre vivía en cuevas y temía el rayo y la tormenta. Sus ecos resuenan desde la noche de los tiempos.
Mis compañeros de ruta son mis tíos Joaquín y Covadonga, siempre gratos y fieles a la aventura. Hemos trazado una primera ruta que nos lleva hacia el noreste de la isla. Nuestra primera etapa es Alcudia, sede de la antigua provincia romana de Pollentia, para adentrarnos a continuación en el brazo de tierra de Formentor.
El viento va a ser nuestro compañero inseparable durante todo el recorrido. Un viento seco, recalcitrante y cuajado que en su silbo nos va desvelando poco a poco la memoria de estas soledades.
Alcudia es hoy un pueblo laborioso, antaño pueblo de pescadores, fundado por los romanos como Pollentia (de donde deriva el nombre de la actual Pollença, el pueblito vecino – es decir, que la antigua colonia no se corresponde con el pueblo), con un estupendo recinto amurallado por cuyas almenas se puede pasear. Se advierte la luminosa y coherente huella de las diversas culturas sobre las que se ha ido formando Alcudia, un mestizaje cultural de provincia costera en la que predomina la presencia de la antigua Roma como designio natural que ha ido modelando su paisaje mental y físico, muestra de lo cual son las ruinas del pequeño teatro erguido en las afueras del pueblo.
Hay que recorrer un largo camino por el yacimiento de Pollentia, más allá del foro y demás ruinas, paseando por un entorno rural y doméstico de alquerías, llanuras con sedientos pastizales flanqueadas de higueras venerables hasta que de pronto, resguardado por la fronda espesa de la vegetación se yergue ante nosotros el teatro romano entre la sorpresa y la conmoción ante la presencia de lo sagrado.
Nos encontramos ante una leve estribación del terreno frente a un breve hemiciclo de unos treinta metros de diámetro cuyo eje es un escenario minúsculo. Apenas unas líneas de graderío y una escalinata desdibujada sobre la piedra nos hace intuir su actividad detenida en el tiempo. Descanso sentado en un banco frente a la construcción, dejando que la energía del entorno fluya, y de repente me encuentro solo, cara a cara con el teatro romano. Siento latir sobre las piedras del teatro en su colina mágica la energía que fluye en torno como un poderoso ensalmo que se mantiene en la historia y es mi propio corazón el que palpita a través de la historia. Escucho el viento que recoge ecos ancestrales revelando ignoradas historias que las higueras centenarias, árboles sagrados, guardan en su memoria.
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Mis compañeros de ruta son mis tíos Joaquín y Covadonga, siempre gratos y fieles a la aventura. Hemos trazado una primera ruta que nos lleva hacia el noreste de la isla. Nuestra primera etapa es Alcudia, sede de la antigua provincia romana de Pollentia, para adentrarnos a continuación en el brazo de tierra de Formentor.
El viento va a ser nuestro compañero inseparable durante todo el recorrido. Un viento seco, recalcitrante y cuajado que en su silbo nos va desvelando poco a poco la memoria de estas soledades.
Alcudia es hoy un pueblo laborioso, antaño pueblo de pescadores, fundado por los romanos como Pollentia (de donde deriva el nombre de la actual Pollença, el pueblito vecino – es decir, que la antigua colonia no se corresponde con el pueblo), con un estupendo recinto amurallado por cuyas almenas se puede pasear. Se advierte la luminosa y coherente huella de las diversas culturas sobre las que se ha ido formando Alcudia, un mestizaje cultural de provincia costera en la que predomina la presencia de la antigua Roma como designio natural que ha ido modelando su paisaje mental y físico, muestra de lo cual son las ruinas del pequeño teatro erguido en las afueras del pueblo.
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Una pezuña de cabra amarra Formentor con Mallorca en su zona noroeste. Sin otra salida, es el finis terrae de la isla. Forma una amplia bahía en Pollença, pueblito costero con aire de frontera debido a la convivencia con la colonia inglesa, que le infunde un aire variopinto, una elegante mistura entre palmeras, almendros y salones de té. Pese a su aislamiento geográfico, Pollença es uno de los focos culturales de la isla, acoge diversos actos culturales como las conversaciones en Formentor, (fundadas por Camilo José Cela en 1958 en el hotel del mismo nombre y retomadas desde 2009 por el Consell Balear), algún que otro congreso sobre novela o arte y un festival anual de música que focaliza evidentemente un turismo de élite.
Más allá de la bahía, extendida en el horizonte como una duda palpitante de las mareas se encuentra rodeado de mar y misterio la península de Formentor, en cuyo cabo se encuentra el faro asediado del viento y la lluvia como un guardián de aquellos atroces acantilados. Con una torre de 56 metros, y a 188 metros sobre el nivel del mar y puesto en servicio desde 1863, su construcción fue toda una gesta del hombre salvando toda clase de obstáculos.
No hay otro horizonte en esta tierra que peñones descomunales en donde ralean algunas matas y pedregales estériles disueltos en las nubes, una tierra de titanes donde solo pueden sobrevivir la testarudez de las cabras en su más asilvestrada naturaleza, que triscan y pasean tranquilamente en las faldas casi cortadas a pico de semejantes moles de piedra. Un tótem de esta tierra es efectivamente la presencia helénica de las cabras y, junto a ellas, arrogante, se encuentra centinela siempre el viento pesado y oscuro como una condena, soplando siempre en este ámbito inhóspito en donde cualquier incursión humana como la nuestra supone una osadía contra los dioses tutelares de esta tierra sobrecogedora de altura, soledad y misterio.
Las fotografías alusivas a Formentor han sido cedidas en exclusiva a Galvanoplastias por cortesía de Joaquín María González Cabezón
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