Se va replegando el año sobre sí
mismo en una apacible salida en espera de reconfigurar
agendas más latentes y la actualidad, así, se muestra en un lustre
oleaginoso y pesado del que asistir a un concierto es un buen modo de sacudir la zozobra.
El último concierto del año de las
Juventudes Musicales de Zafra del pasado sábado ha estado a cargo
del quinteto sevillano Clarándalus, cuya peculiaridad estriba en ser
un quinteto de clarinetes, innovadora fórmula musical muy colorista
y versátil con que se puede ejecutar sin problemas cualquier pieza.
El repertorio que desplegaron en la
sala el quinteto Clarándalus oscilaba entre los compositores
regionalistas españoles de las primeras décadas del siglo XX (Albéniz, Quiroga y
Turina) y otras piezas de sonoridad anglosajona de carácter
jazzístico en autores como Paul Desmond y Scott Joplin, muchas de
estas piezas arregladas por el músico zafrense Ignacio Caballero
(presente en la sala), a quien el grupo sevillano dedicó el
concierto.
El timbre pizpireto de los clarinetes,
a juzgar por lo mostrado de Clarándalus, no es óbice para desplegar
un extenso registro sonoro en donde los instrumentos pueden
inmediatamente reagruparse aisladamente en contrapunteos, así como
arroparse y envolverse para crear diversas texturas, haciendo un
grupo instrumental muy orgánico lleno de vitalidad.
Era divertido ver cómo los músicos en
los entreactos descongestionaban sus narices soplando por los tubos,
haciendo salir de los clarinetes el viento desquiciado que,
desentrapando, oxigenaba sus fosas.
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