Foto: Leyendas de Sevilla |
La calle Feria vive en
el fulgor de los naranjos una eterna verbena presidida por el viejo
mercado a cuya sombra canta algún gitano una copla aguardentosa,
alegría y tristeza, una calle donde fermenta la vida en un
arrebujado rumor de gentes, como tan bien reflejó en su canción la mítica
Triana.
Hoy la calle Feria, es
un larguísimo cordón menestral que recorre Sevilla arracimando mercaderías de los más varios pelajes, sede del tradicional Jueves, tiendas galdosianas y
librerías de viejo en
una serpentina azarosa por donde pululan a primera mañana
traperos, comisionistas sin comisión y estudiantes golfos.
Me he anticipado a la hora convenida de nuestro encuentro y aprovecho la espera
para entrar en la iglesia del Omnium Sanctorum (el cuartel general de los santos), rústica basílica de
un gótico arcaico donde el ladrillo traza esbeltos arcos de aire
morisco soñando poliedros en su eternidad.
Al salir, Pablo del
Barco y yo nos encontramos en el camino al café donde hemos quedado
para desayunar. En su calidad de pintor y poeta le comento mi visita
a la basílica pero me revela que en los 40 años que lleva en
Sevilla ha pisado pocas iglesias, coherente, supongo, con su
espíritu pagano que en más de una ocasión le ha ocasionado algún
que otro escándalo público.
Tras desayunar, vamos
visitando los mercachifles de libros que hay por el barrio,
engolosinándose Pablo con los libros que va viendo a su paso. Su
bibliofilia es clásica en él con un criterio bastante heterogéneo
y libre de todo prejuicio. Tiene la eficaz y hábil inteligencia de
cultivar y aunar en sí mismos el kitsch, la contracultura y lo retro
como un trofeo silvestre del barrio.
Pablo del Barco vive en
su retiro dorado tras su etapa de profesor universitario. Prosigue su
labor artística (nunca interrumpida) gracias a su galería, la
mítica Factoría del Barco (donde le fotografío), a su vez
editorial, en donde acaba de lanzar su último poemario Desnudar
la mácula (Factoría del Barco, Sevilla, 2013) , diario de sus
divagaciones andariegas por la ciudad, poesía cotidiana cuyos
motivos son pretexto para las más diversas elucubraciones
existenciales desde el yo poético, que ya hemos reseñado comocorresponde en Giroscopio.
La pintura de Pablo del Barco es gestual, luminosa, vivaracha y pajarera expresando bastante
del ánimo lúdico que subyace en su recio espíritu burgalés, que
le hace seguir madrugando a la misma hora todos los días del año,
pudiendo haberse quedado en poeta camastrón.
Estos días se
encuentra gestionando El color peregrino, una exposición colectiva
donde se encuentra Pablo junto a otros cinco pintores (Javier Fito,
Ana Márquez, L'Auro L. Pizarro, Revilla XII y Tafia), cuyo tema es
el Camino de Santiago que ya inició su andadura en la galería del
Barco prosiguiendo en Écija, Guadalcanal para dar el salto a Burgos
y en este año 14 se espera una serie de ciudades aún por
determinar.
Pablo del Barco,
burgalés transterrado en Sevilla, pintor, poeta y crítico tiene la
mirada precisa y necesaria para mancharse de luz los ojos en la
mañana y cosechar el canto de los gorriones en un carrusel de
colores de una verbena llena de confeti y guirnalda. Pablo del Barco
es el poeta visionario y jocoso que respira entrañable el aroma del
barrio entregado a una vida barroquizante de poesía y pintura en pos
de la utopía. Rosa y látigo, su voz (rebelde siempre) nos ampara.
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