Siempre bullangueras, recorro las calles de Sevilla que se
ofrecen a mi paso en un fervor aéreo de
colores, embelesado por el aroma balsámico que la flor del azahar esparce.
Aroma pascual que en la ciudad hispalense es puntual presagio de la primavera y con ella, la
semana Santa en su arrebolado martirologio se suaviza
con la dulzura de sus tardes tibias envueltas en el sensual aroma de azahar, todo sosiego
y canela: el emblema volátil, gloria blanca de la Semana Santa sevillana.
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