Al salir de casa me encontré en el suelo, frente a mí, cual
despojo que trae ociosa la marea, un extraño papel, evadido por el viento tal vez del cercano contenedor
de papel al que iba destinado. Revisando el escrito advertí que tenía una caligrafía eminentemente femenina (se trataba, sí, de una niña) era un examen escolar, más concretamente de informática y no era nada
malo porque esta alumna había obtenido un notable en la prueba realizada (según se indicaba allí) en el instituto Suárez de Figueroa. Divertido
con la anécdota, me fui por la ciudad a seguir esbozando historias en la tarde.
Cuál no sería mi sorpresa cuando, al regresar, vi ese mismo papel cuidadosamente situado a caballete en una revuelta de la fachada de casa,
a la sombra del sol impenitente. Y esto no era ya obra del viento sino de una
acción deliberada.
Se trataba de una señal. Quizá de la misma niña que
escribiera el examen. Un gesto para advertirme de algo, tal vez para que mejore
mis conocimientos sobre software o tal vez un gesto para decirme que puedo
contar con ella en la Madreselva digital, de modo que ese examen lo habría
dejado como carta de presentación.
No hay duda de que en Zafra nos estamos volviendo muy
florentinos con mensajes sutiles, frases dobles y códigos secretos, todo un organismo diplomático potenciado ahora en el mundo digital (tantas veces encriptado para muchos) que una misteriosa dama me ha hecho entender ahora en su manuscrito como mensaje sublimado en doble sentido.
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