La catedral
de Palma de Mallorca despliega la magna ceremonia de la piedad católica en sus retablos, entre los que se encuentra la obra de Miquel Barceló en una capilla lateral junto al ábside, una instalación escultórica grandiosa cuya funcionalidad condiciona su formato que rebasa todo límite artístico.
Sorprendente en su austeridad frente a la regia arquitectura
gótica, Barceló transmite el mensaje religioso actualizándolo e integrándolo en el entorno recogiendo la tradición y la memoria ancestral del mediterráneo (inquietud bastante latente en muchos motivos de la obra de este autor mallorquín) a través de la cerámica, un elemento mágico (en alusión también a la colina primigenia) que nos sumerge en una caverna submarina donde habitan los panes y
los peces evangélicos transcendidos por la eucaristía y transustanciados aquí en
el misterio de la creación del universo que nos sobrecoge en su teluria e
inquietante misterio cuyo origen es Cristo redivivo, arcano cósmico y fuerza
creadora.
Se nos muestra Cristo en toda su humilde grandeza en la analogía metafísica (y metatextual) planteada por
Barceló mostrándolo dios creador y por ello artista total, gravitando en la noche de los tiempos por toda la eternidad como fuente nutricia de vida.
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