No es ningún tópico sino una realidad demostrable que en ocasiones el acervo cultural de un territorio se encarga de redirigir la visión en alguna de sus producciones que se hacen así sus herederas, hecho que puede salvar un gesto o una obra. Pero por supuesto este no es el caso de la última película de Luc Besson, director de Valerian y la ciudad de los mil planetas, producción francesa de 2017, basada en el comic homónimo creado en 1967 con guión de Christin y dibujo de Meziéres . Confeccionada a modo de videojuego en su narración, la película es muy atractiva visualmente, pese a todo tipo de enloquecidas secuencias.
Alpha es una ciudad hiperdesarrollada del
futuro ensombrecida de repente por una oscura amenaza de un extraño mundo que la federación galáctica encarga investigar a los dos protagonistas, Valerian y Laureline (interpretados
con grandes limitaciones por Dane De
Haan y Cara Delevinge,
respectivamente). La amenaza proviene finalmente de los supervivientes del
genocidio de una tribu y por tanto, desaparecidos, pero cuya existencia le fue
desvelada en un sueño premonitorio a Valerian.
Uno de estos componentes de la tribu desaparecida se ve envuelto en una venta
fraudulenta de un extraño ser que les permitiría restaurar su mundo perdido (se aclara en el desarrollo de la historia) y de ahí se inicia toda la trama.
Este es,
sintetizando sin dificultad, el resumen de la película, planteamiento que va
trufado de secuencias febriles con el objeto de forzar la
sonrisa con humor bastante previsible e indigesto que, si todavía no nos
hubiera hecho dormir las dos horas que dura la película, nos hará caer en un sopor durante el que divagaremos sobre los fundamentos racionalistas franceses que sin duda ha
heredado la historia (a través del tebeo) y que, sorprendentemente,
afloran en el film como un raro aroma que le infunde cierta coherencia a todo este pastiche
galáctico.
La tribu exterminada (intertexto del genocidio armenio) se asemeja
mucho a los massai, y en ellos subyace el mito enciclopédico del buen salvaje,
según el cual, Rousseau argumentaba que la civilización envilece al hombre con
sus normas, aseverando que el buen salvaje (aislado de la sociedad) es un ser
moral. Estos seres de la película viven en un mundo arcádico donde reina la paz
y la alegría entre sus habitantes.
Estas tres
ideas propias del racionalismo ilustrado francés son las que subyacen y se deslizan en esta
producción Valerian y la ciudad de los mil planetas de Luc Besson que, sin
duda, pasará sin pena ni gloria por nuestra mente, y que como director se hace
deudor de sus paisanos de la ilustración francesa. No sabemos si habrá sido consciente
de ello y esto es una pena porque de esta manera tal vez hubiera hecho una
película pasable al menos cuyo origen, de todas maneras, ni siquiera es suyo, al ser un remix de
un tebeo anterior, a cuyos autores debemos aplaudir sin ninguna duda, y sobre todo, reconocer la herencia de la ilustración francesa que, como hemos visto, después de siglos, sigue impregnando
a sus contemporáneos para infundir a las obras de algunos de estos, una solidez que están muy lejos de alcanzar.
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