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Foto: Luis Pita |
Cuando la
vida se convierte en arte, el espacio se integra de manera tan absoluta que nos
hace pensar en el arte total, la fusión completa entre el entorno y su
contenido artístico. Este es el caso del museo Vostell-Malpartida y no es por
casualidad ya que Wolf Vostell, el artista alemán que lo fundó, era fiel
partidario del movimiento FLUXUS, corriente artística que abogaba por fundir la vida en el arte (o
viceversa) como un todo orgánico, fresco y ventilado, informal y lúdico que responda a las necesidades de las
personas.
El museoVostell-Malpartida funde memoria y vanguardia en sí mismo: un edificio de la
era pre-industrial (un lavadero del
siglo XVIII) alberga obra de la más
arriesgada vanguardia internacional. Conviven en armonía casticismo y
trasnacionalidad y esto produce una dialéctica muy especial.
Tras
contemplar la galería con la colección Vostell, los Cadillac desventrados y
cibernéticos, instalaciones con la huella del developpement en su cruda
magnificiencia, los injertos de radios y televisores en organismos metálicos. Tras contemplar todo ese mundo caótico, violento, congestivo y alienante,
pasamos desde esa misma galería por un postigo al pantalán del lago en donde somos centro del
horizonte acuático, rodeados de agua y rocas y, como por ensalmo, nuestra mente
se oxigena en un oasis de calma y sosiego y recibimos la caricia natural del agua en su mágica presencia,
redimiéndonos del asfixiante entorno que hemos quedado atrás.
Recuerdo la
frase de John Cage, el músico fluxus compañero de Vostell: hay que transladar
la vida al arte y sin duda este museo Vostell es el mejor ejemplo de la fusión
entre vida y arte como memoria y como inspiración e impulso para crear entre
todos un mundo nuevo.
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