"La gaviota" de Teatro del Norte. El conflicto generacional, estético y político




La representación teatral supone reinterpretación sobre la intencionalidad de un autor cuando no coinciden en la misma persona dramaturgo y director (rasgo tan propio del teatro alternativo), de ahí que el director (y actor) de teatro Agustín Iglesias me comentara hace años en una conversación (junto a él se encontraba su mujer, la actriz Magda García-Arenal) que la dramaturgia es carpintería.

Cuando el director de teatro dirige una obra ajena está adaptando y reinterpretando la esencia de una obra, ajustando los parámetros artísticos de esa obra original para convertirla en otra obra basada en el mismo texto referencial, reorientando o haciendo hincapié desde diversos ángulos comunicativos que al dramaturgo adaptador le hayan interesado en su propuesta artística. Este es el caso de Etelvino Vázquez, un exquisito director cuyas adaptaciones siempre exprimen al máximo el potencial expresivo de todos los textos adaptados, infundiéndoles además el propio estilo de Vázquez, dotándolas de una dimensión onírica o simbólica, siempre en diversos grados dependiendo de la naturaleza de las obras trabajadas, una constante en su ya dilatada y exitosa obra, como puso de manifiesto en la representación de La Gaviota en la Sala Guirigai de Los Santos de Maimona el pasado 9 de noviembre, una cita en Sala Guirigai a la que puntualmente Teatro del Norte acude para atender a ese público que le espera con cariño. Y en esta ocasión de nuevo y como siempre, revalidaron su éxito.

Trigorin y Arkadina son un matrimonio compuesto por una experimentada actriz y un popular novelista, padres de Kostia, un joven escritor que sueña con la fama, enamorado de Nina, que sueña junto a su enamorado llegar a ser una gran actriz pero ambos acaban sucumbiendo ante un horizonte que les niega su realización vital, ahogados por la intransigencia de un ambiente dominado por los intereses de los veteranos simbolizados en los padres de Kostia.  De esta manera se plantean dos planos simétricos en las parejas protagonistas. Los sueños que persigue la pareja de jóvenes, estupendamente resueltos en la actuación de David González (Kostia), de gran potencia escénica, su personaje se va degradando progresivamente en una espiral de auto-destrucción al ver fracasados sus planteamientos al igual que su amiga Nina (interpretada por Cristina Lorenzo con su gran fuerza actoral) ve también cómo todos sus sueños se desmoronan al contacto con la dura realidad, siendo utilizada por Trigorin, interpretado por Etelvino Vázquez en un papel muy complejo donde supo reflejar la complejidad de matices de su personaje, eje central sobre el cual se vertebra la obra, que se completa con Arkadina (realizada por Cristina Alonso con gran solvencia dramática).     



Etelvino Vázquez estructuró la obra de Chejov en ocho pasajes, subrayando diversas ideas en su título, motivos temáticos de dichas secciones a través de las cuales va a ir cayendo en progresión descendente los sueños de los jóvenes protagonistas enredados en un combate en el que los jóvenes aspiran a la fama de los mayores y estos les niegan su talento, aposentados en su status privilegiado. Celos y envidias motivadas por estéticas enfrentadas y también celos amorosos entre las dos parejas protagonistas, combate doble en el que vence la pareja veterana a costa de su malicia e intransigencia en un horizonte que no quieren compartir, generando honda y amarga frustración, como refleja la música (rock duro) de Alberto Rionda, miembro de los conocidos Avalanch (asturianos ellos también). De esta manera queda negada y borrada la nueva estética frente al academicismo instaurado y en un segundo plano, desde una dimensión política, el stablishment del sistema se perpetúa en el poder, marginando a todos aquellos que quedan en sus márgenes.



Una obra realista y desnuda en la que sin embargo Etelvino Vázquez introduce toques simbolistas propios de su dramaturgia en la escena primera y en la secuencia-epítome de la obra donde asistimos a la muerte de los sueños encarnados en esa gaviota (a la que se hace referencia en el título de la obra) que es muerta y luego disecada para aparentar una vida que a nadie va a engañar y cuya muerte asociada a la tragedia de la pareja de jóvenes artistas no repercute en nada, no significa nada para la pareja veterana y famosa, sólo preocupados de alimentar vanamente su egolatría.

No hay solución ni hay futuro alguno para las aspiraciones de los jóvenes cuyo espíritu está en lucha permanente con el aparato que les niega la estética y el poder. Un nihilismo el que ha puesto en escena Teatro del Norte del que desgraciadamente no podemos decir que sea absolutamente ficticio sino muy próximo a la realidad que inspiró a Chejov, tan actual siempre.

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