La
dehesa sorprende a los caminantes en el embalse romano de Cornalvo donde un
arquitecto diligente y práctico supo encauzar hacia la vieja y memorable
Emérita Augusta el manso curso de las aguas creando de la presa un juego de
vasos comunicantes que la propia naturaleza hace funcionar en su ciclo.
Es admirable el talud del embalse ofreciendo mejor resistencia al embate ciego del agua, un paréntesis grisáceo de piedra milenaria envuelto ya como parte de la misma dehesa, dibujando el cuerno albo del agua embalsada, tesoro blanco y signo de prosperidad en su propio nombre (pues cornus comprende en latín el matiz de abundancia).
Los
rastros de antiguas calzadas se pueden pisar en los caminos que bordean el
embalse, alfombras de verdor extremeño salpicado de blancor y violeta vigilados
por venerables encinas y alcornocales que se hermanan con la austeridad del
alma latina pero también con el esplendor que en aquellas tierras sembraron y
que ahora al iniciarse la primavera, evocan orgullosos, frente al murallón
impávido frenando el agua, viendo los siglos pasar.
Comentarios